Laura Sofía Álvarez Colegio Comfenalco Quindío – 9B
En julio del año pasado, mi mamá decidió que íbamos a alimentar a algunos gatos callejeros. Sin embargo, hubo una en particular que siempre regresaba. Creíamos que no tenía hogar porque pasaba todo el tiempo afuera, esperando su comida. Pero con el tiempo descubrimos la verdad: sí tenía dueños, aunque no la querían. No la alimentaban y la maltrataban.
Aun cuando le dábamos comida, jamás se atrevía a entrar a nuestra casa. Parecía que el miedo la mantenía al margen. El tiempo pasó y, a principios de este año, nos dimos cuenta de que sus dueños se habían mudado, dejándola atrás. Ahora sí estaba completamente sola. Quisimos ayudarla, pero no sabíamos cómo hacer que confiara en nosotros. Mis dos perras también eran un obstáculo porque ella no se atrevía a acercarse demasiado.
Mis papás tomaron una decisión clave: la llevaron a esterilizar y vacunar. No sabíamos si después se quedaría, pero lo hizo. Poco a poco, la gata que antes solo nos observaba desde lejos comenzó a entrar a la casa. Con el tiempo, dejó de dudar y se quedó. Ahora lleva veinte días viviendo con nosotros.
A veces pienso en cómo todo se dio. Si sus dueños no la hubieran abandonado, seguiría sufriendo hambre y maltratos. En cambio, hoy tiene un hogar lleno de amor. Tal vez, después de todo, ella nunca estuvo perdida, solo estaba buscando el lugar correcto.